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Lo que soy, lo que hago

Hoy me siento enamorado de lo que hago, aunque me pidan endulzarlo me veo en la obligación de decir que no. No tengo necesidad de modificar lo que hago para que encaje, dejaría de ser auténtico, y no pretendo que hagan eso cuando soy un simple espectador.


Seguramente todos los músicos que hacemos algo fuera de lo establecido, sea noise, experimental, electroacústica, free jazz o cualquier tendencia más allá del más allá (o no tan más allá), hemos vivido ese momento en el que te invitan a dar un taller o un concierto y te piden que ese día hagas música para que los demás la entiendan, y no sería la primera vez que me siento un tanto insultado por ello. Soy un yo diferente en cada proyecto, y no quiere dejar de serlo para encajar, hay momentos que son como son, sin miedo al rechazo y con la curiosidad y experimentación por delante. Creo que existe una especie de vergüenza y miedo a que el público se encuentre con la crudeza de esta música y huyan horrorizados.

A veces pienso que la pedagogía es el camuflaje de la realidad y que la realidad debe presentarse tal cual, cruda, y no quiero decir con ello que deba ser cansina, o que no se puedan encontrar medios para comunicar mejor, pero siempre con el fin de mostrarla como es. Es por eso que hace tiempo decidí que los talleres deben ser directos, que es hora de hablar al público como adultos que son, porque aunque no entiendan mi lenguaje desde un primer momento, entenderán lo que escuchan si permiten abrir sus oídos y dejarse llevar.

Sí, es hora de hablar de música y no de sensacionalismo sonoro. Mostrar procesos, cargarlos con kilos de reverb, efectismo, hace más fácil que la gente se sienta atraída, lo difícil es hacerles entender que existe todo un proceso creativo que está a merced de un resultado que es mil veces más profundo. Mi objetivo es la música en estado puro y no quiero atraer a la gente desde el malabarismo.

Enseñamos los procesos y olvidamos la propia música y es aquí donde también se está dando mayor lugar a lo visual, que al igual que en la divulgación, pedagogía o como quieran llamarlo se trata de edulcorar el resultado sonoro.

Vivimos una era donde ya es casi más importante lo visual que lo auditivo, ¿puede ser que ya no haya nada interesante que contar?, me resisto a pensarlo aunque el tópico de que está todo inventado resuene en el pesimismo y la falta de perspectiva. Con maravillosas y justificadas excepciones, pienso que la tendencia por lo audiovisual me parece una excusa en muchos casos, un disfraz del miedo que se tiene a no ser aceptado, sabiendo en muchas ocasiones que su propio discurso carece del interés necesario como para ser soportado, o puede que si, pero entonces le cede el protagonismo a lo secundario, lo fácil, distraer visualmente al oyente. Se puede delegar en lo visual para evadirse de la responsabilidad de trabajar la música, de contar la historia con todas las consecuencias, y crece la tendencia al camuflaje.  Ya lo se, no es lo único y quizás parezca un poco extremista, pero es un pensamiento que hace años me obsesiona.

La comida en la boca solo se le da a aquellas personas que no pueden valerse por si mismas, y yo me niego a tratarlos como a idiotas, y confío en la inteligencia humana para acceder a lugares que nunca antes se les había pasado por la cabeza. Si te haces preguntas durante el camino, bien, si no, quizás será otro día. Mi verdad suena como suena y ante la opción de salir corriendo te la seguiré ofreciendo por si un día te apetece encararla y descubrir si realmente merece o no la pena.

Como decía John Cage “si algo te parece aburrido después de dos minutos, prueba a escucharlo durante una hora, si te sigue pareciendo aburrido, escúchalo durante ocho, luego dieciseis, treintados… de repente descubrirás que no es aburrido del todo.”